Tú estabas, abuela, sentada en la puerta de tu casa, abierta ante la noche estrellada e inmensa, ante el cielo del que nada sabías y por donde nunca viajarías, ante el silencio de los campos y de los árboles encantados, y dijiste, con la serenidad de tus noventa años y el fuego de una adolescencia nunca perdida: "El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir". Así mismo. Yo estaba allí.
Las pequeñas memorias (José Saramago, 2006)
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