jueves, 7 de mayo de 2009

Saramago

En otro lugar he contado el cómo y el porqué del apellido Saramago. Que ese Saramago no era apellido paterno, sino el apodo por el que era conocida la familia en la aldea. Que cuando mi padre fué a inscribir en el registro civil de Golegä el nacimiento de su segundo hijo sucedió que el funcionario (Silvino se llamaba) estaba borracho (por despecho, de eso lo iba a acusar siempre mi padre), y que bajo los efectos del alcohol y sin que nadie notara el onomástico fraude, decidió, por su cuenta y riesgo, añadir el Saramago al lacónico José de Sousa que mi padre pretendía que llevara. Y que, de esta manera, finalmente, gracias a una intervención a todas luces divina -me refiero, claro está, a Baco, dios del vino y de todos aquellos que se exceden en beberlo-, no tuve la necesidad de inventar un pseudónimo para, habiendo futuro, firmar mis libros. Suerte, gran suerte la mía, fué que no naciera en alguna de las familias de Azinhaga que, en aquel tiempo y durante muchos años más, tuvieron que arrostrar los obscenos alias de Pichatada, Culoroto y Caralhada. Entré en la vida marcado con este apellido de Saramago sin que la familia lo sospechase, y solo a los siete años, al matricularme en la instrucción primaria, y siendo necesario presentar partida de nacimiento, la verdad salió desnuda del pozo burocrático, con gran indignación de mi padre, a quien, desde que se mudó a Lisboa, el apodo le disgustaba mucho. Pero lo peor de todo vino cuando, llamándose él únicamente José de Sousa, como se podía ver en sus papeles, la Ley, severa, desconfiada, quiso saber porqué bulas tenía entonces un hijo cuyo nombre completo era José de Sousa Saramago. Así intimado, y para que todo quedara en su lugar, en lo sano y en lo honesto, mi padre no tuvo otro remedio que proceder a una nueva inscripción de su nombre, pasando a llamarse, él también, José de Sousa Saramago. Supongo que habrá sido éste el único caso en la historia de la humanidad, en que el hijo le dió nombre al padre. No nos sirvió de mucho, ni a nosotros ni a ella, porque mi padre, firme en sus antipatías, siempre quiso y consiguió que lo trataran únicamente por Sousa.









José Saramago - Las pequeñas memorias (2006)
















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